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La semana pasada, Bilbao se convirtió en la sede del consulado itinerante de Rumanía, un servicio que funcionará cada dos meses en la capital vizcaína y que tiene por objetivo facilitar los trámites a los ciudadanos de dicho país. Su responsable, Andrei Borza, explica el origen y la importancia de esta iniciativa conjunta de la Embajada y las asociaciones locales de rumanos.

En la puerta del Centro Ellacuría -ubicado en el corazón de Bilbao- cuatro personas conversan. Es sábado y, aunque hace frío, la mañana se antoja distendida. Como sus rostros. Como la charla, aunque sea imposible entenderla. Con documentos en la mano, hablan de algo y esperan. La escena vuelve a repetirse en el interior del edificio, donde otras personas aguardan para ingresar a un pequeño salón.

Allí se encuentra Andrei Borza, el cónsul de Rumanía, quien ha compactado en dos días un trabajo que llevaría semanas: servir de puente y de nexo a un gran colectivo de extranjeros que están lejos de su país. “En la zona norte de España hay casi 12.000 rumanos -indica-. Y hasta ahora, cuando necesitaban asistencia consular, tenían que desplazarse a Madrid. No todos pueden hacerlo”.

A priori, resulta más simple pedirle al cónsul que venga, aunque su visita se transforme en una ‘maratón diplomática’. En mayo de este año, las asociaciones de rumanos en Bilbao lograron ponerse de acuerdo con la Embajada de su país y con el Centro Ellacuría para iniciar esta “experiencia piloto” que no sólo va dirigida a los residentes de la capital vizcaína, sino también a quienes están afincados en las comunidades autónomas y las provincias vecinas.

Todo un reto. Desde el día anterior, el primer secretario de este país europeo se encontraba al frente de una oficina improvisada, atendiendo las muchas visitas, consultas y pedidos de sus conciudadanos. “El servicio se está desarrollando en muy buenas condiciones”, explicaba el sábado, tras gestionar unos 35 documentos. “Si funciona, intentaremos repetirlo cada dos meses y llevar esta experiencia a otros puntos del país”.

Para él, que ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores en 2000 y que se estrenó como cónsul en España (hace ahora tres años), la vivencia le resulta novedosa. Y constructiva, porque se acerca más a su interés original que a la función meramente ‘de despacho’. “Siempre me gustó trabajar con la gente, ser útil, y me encanta estar aquí”, confiesa.

Entre las solicitudes más frecuentes que se presentan en su escritorio están las partidas literales de nacimiento y “hacer de salvoconducto para que las personas puedan regresar a Rumanía”. Una de las particularidades de su cargo es que no tiene potestad para expedir pasaportes, de modo que cuando este documento se vence o se extravía, su función consiste en “hacer un título de viaje para que el interesado regrese al país y lo tramite directamente allí”.

Aunque Borza es un cónsul novel, ha asistido a un cambio muy importante: el ingreso de su país en la Unión Europea. A partir de ese momento -el 1 de enero de 2007-, los problemas, por lógica, se modificaron. Los casi 400.000 rumanos que viven en nuestro país pasaron a ser residentes de pleno derecho, y aquellos que estaban ‘sin papeles’ pudieron, por fin, olvidarse del tema.

El desafío de la igualdad

El desafío, desde entonces, está puesto en la igualdad. Y no sólo en la que se refiere a las relaciones sociales. “Existe un plazo de moratoria que se aplica a los nuevos miembros de la UE, pero que en el caso de Rumanía significa exactamente el doble. Se trata de un ‘tiempo de prueba’ que para muchos países se ha establecido en un año, mientras que para el nuestro es de dos. Uno de los temas que más nos interesa resolver es ese”, señala.

Para el cónsul, la decisión comunitaria se basó en “evitar una ola de inmigrantes del Este”; un temor “alimentado por las imágenes que difunden los medios. Nadie cuenta que diez rumanos han fundado una empresa y generado puestos de trabajo. Las malas noticias se venden mejor, es una pena”, lamenta.

En contrapartida, celebra “la hospitalidad, el modo de vida y la tolerancia” de los españoles. “Esta última es su principal virtud”, enfatiza. Sobre el País Vasco, menciona que se parece bastante a Rumanía, “en especial por el paisaje, las montañas y el clima”. Sin dudarlo ni un momento -y despojado de su investidura consular-, Borza confiesa que se siente “como en casa”. Que, como cualquier extranjero, lo que más añora es su familia.

Artículo publicado originalmente por Laura Caorsi en el diario El Correo.

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